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Besar con alevosía

Jamila Purofilin / Prensa  / Besar con alevosía

Besar con alevosía

Transcripción textual de la Entrevista a Jamila Purofilin. mundoclasico.com – Por Alfredo López-Vivié Palencia a martes, 10 de diciembre de 2019.

Besar con alevosía

En Santiago de Compostela todo es desproporcionado. Por poner sólo unos pocos ejemplos: un aeropuerto internacional en cuya sala de recogida de equipajes hay eco, un ayuntamiento con aspecto de palacio real copresidiendo una de las plazas más bonitas del mundo, un auditorio de acústica impecable con una orquesta residente de alto nivel, un Corte Inglés enorme con aparcamiento de balde y un personal tan amable como eficiente, o un servicio de autobuses urbanos de cuyas veinte líneas los compostelanos sólo usan aquélla que va del hospital al tanatorio. Por si fuera poco, el año hidráulico 2019-2020 ha empezado aquí esplendorosamente con dos meses de lluvia ininterrumpida. Y todo esto en una aldea –quienes me conocen saben que lo digo en el sentido más afectuoso del término- que no llega ni de lejos a los cien mil habitantes, en la que, encima, el consistorio municipal tiene la gentileza de convidarnos a un concierto tan estupendo como el que hoy les comento (en cualquier otro lugar, un billete azul en la moneda de curso legal no habría bastado para adquirir una localidad).

No es necesario extenderse en los vínculos obvios entre Santiago y La Habana, que obligan a celebrar aquí el quinto centenario de la capital antillana. Sí vale la pena detenerse en la personalidad y la voz de Jamila (intencionadamente Purofilin en el escenario, en familia Castillo Carballea), cubana de nacimiento y gallega de sangre. No es el terremoto de Celia Cruz ni la sabiduría de Omara Portuondo (a ambas tuve el privilegio de verlas y disfrutarlas), sino que transforma esas dos visiones de la canción habanera en esencia caribeña destilada: su voz es clarísima, su afinación es impecable, su fraseo es todo imaginación y buen gusto, sus versiones son lo bastante sobrias como para despertar los sentimientos de manera inteligente, y –por descontado- tiene tablas más que sobradas para meterse al público en el bolsillo desde que sale a escena.

Sólo gracias a ese buen gusto y a esa inteligencia puede uno elegir a los dos excelentes músicos que le acompañan. Porque comparten esas mismas virtudes. Lino Lores salió armado únicamente con una guitarra eléctrica, que sin embargo hizo sonar como bajo continuo, armonía rítmica y melodía solista (a veces las tres cosas a la vez), siempre con una calidez envolvente. José Ángel Pérez Pérez es un verdadero hombre-orquesta: sentado en un cajón (el instrumento, no el del armario), sus diez dedos no sólo le dieron para –con toda la sutileza que la ocasión requería- hacerlo sonar a la vez que los bongos, un platillo y eventualmente una maraca, sino también y al mismo tiempo para restregar una bolsa de plástico sobre su pierna consiguiendo idéntico efecto sonoro –exactamente igual- que el de unas escobillas en la caja de una batería.

Con semejantes mimbres, huelga decirles que arrancar el recital con Veinte Años supone que a uno se le agote la provisión de pañuelos a los cinco minutos; o que, tras escuchar Lágrimas negras y Dos Gardenias, cuando llega el turno de Es más, te perdono (uno de cuyos versos da título, sentido y opinión a esta reseña) el lagrimeo ya está en fase de moco tendido: no conocía esa canción, pero estoy bien seguro de que no se puede cantar eso con una sencillez más desgarradora. No soy fan de Silvio Rodríguez, aunque me gustó mucho su Pequeña serenata diurna; como tampoco lo soy de Pablo Milanés, cuya célebre Yolanda siempre –hoy también- me ha dejado indiferente (no así al resto del público). Da lo mismo: El manisero me ha entusiasmado toda la vida, cuando lo escuché vociferado con máxima escandalera en Tropicana, y asimismo esta noche, susurrado maravillosamente en la intimidad de un vetusto teatro de provincias.

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